viernes, 6 de mayo de 2011

Descanse En Paz, máquina de escribir

Tomado de elmicrowave.wordpress.com

Qué hubiera sido del siglo XX sin la máquina de escribir. Posiblemente la literatura y el periodismo no serían el mismo. Qué pérdida irreparable para nuestra colección de mitos si Ernest Hemingway no se hubiera parado cada día ante su mesa y machacado con sus dedos de cazador empedernido esa mágica conjunción de teclas.
Desde los lejanos días en que Leon Tolstoi cometiera la irreverencia de adoptar ese satánico artilugio ha llovido mucho, y el imaginario de los vecinos de esta gran aldea se pobló de escritores asidos a cuartillas en blanco y periodistas corriendo a la redacción para ultimar la primicia.
Cuando comenzó la invasión de los ordenadores personales, muchos se aferraron a las máquinas de escribir como antiguos tejedores a sus agujas. El tiempo fue suavizando las asperezas, y las innegables bondades de las computadoras relegaron a las Remignton, convirtiéndolas en sofisticados objetos decorativos, un adorno con estilo en ciertos lugares.
Y qué viene esto, se preguntarán. Si las máquinas de escribir son objetos obsoletos, abuelos por los que se pregunta pero que nunca se visita. Y es que esta mañana un tweet me trajo la fatal noticia de su muerte.

Según cuenta el sitio FayerWayer “ayer, la empresa Godrej & Boyce Manufacturing Company, la última en el planeta que todavía vendía máquinas de escribir, anunció que está rematando las últimas 500 piezas que le quedan. De hecho, la producción de estos bellos y antiquísimos animales de metal, letra y tinta se detuvo en 2009, cuando esta empresa todavía lograba poner en circulación 12,000 unidades. Sin embargo, la proliferación de las computadoras los sacó del negocio rápidamente. Godrej & Boyce está ubicada en la India y, en la década de 1990, vendían 50,000 máquinas de escribir al año.”
La muerte de estos icónicos artefactos ha motivado un aluvión de mensajes en Twitter (de hecho, RIP Typewritter es un “trending topic”, “tema caliente”, en el día de hoy en Twitter), algunos mostrando indiferencia por el suceso (seguramente un montón de muchachitos tecnologizados), otros, lamentando el fin de una era.
Las máquinas de escribir son el vestigio de una época perdida, el canto de cisne de una palabra impresa que cede y cede terreno al imperio de la imagen. El inconfundible repiqueteo de las teclas en el rodillo ha sido trastocado por el silencio de las computadoras y los dispositivos móviles, esta vez, para siempre. Descanse en paz, máquina de escribir.

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