viernes, 23 de diciembre de 2011

Entrevista al jazzista cubano Gonzalo Rubalcaba




 Tomado de Juventud Rebelde
Yelanys Hernández Fusté 
19 de Diciembre del 2011
Detrás del seguidor de un género, hay toda una filosofía de la música. Pensaba en ello mientras Gonzalo Rubalcaba hablaba de cuánto el jazz había cambiado su existencia. El pianista es del criterio de que el género va más allá de la innovación melódica para incorporar en quienes lo interpretan toda una actitud hacia la vida.
«Es un modo de pensar», explicó a JR, minutos después del concierto que ofreciera junto a su proyecto, el sábado último en el Teatro Mella.
Por un lado, explica, «el jazz permite una serie de exploraciones, pero por otro exige un perfeccionamiento y un rigor en el orden técnico».
Jazzista sin discusión, Rubalcaba nació en La Habana en 1963 y se graduó en el Instituto Superior de Arte en 1983. Residente en Estados Unidos en la actualidad, el músico cubano ha brillado en los escenarios internacionales y de la Isla por su estilo muy personal, algo que pudimos apreciar en las tres apariciones en que le vimos en el recién concluido 27 Festival Internacional Jazz Plaza.
La cubanía puebla su obra creativa y su vida personal, algo que apreciamos en su breve aparición en el concierto inaugural del evento. Luego, fue mucho más profundo en ella en la clase magistral que ofreciera a estudiantes de música y, por supuesto, en su actuación sabatina.
En esta última nos adelantó lo que trae Siglo XXI, su más reciente álbum. Del volumen explica su juicio al seleccionar el repertorio. Quiso que allí estuvieran «compositores de diferentes edades, culturas, procedencias. Porque lo que hoy en gran medida consumimos, exploramos, nos empuja en una dirección. Y eso tiene que ver con un pasado que trabajó con esas miras, con el deseo de dejar algo que sirviera a los que vendrían después.
«El sábado fue un momento para presentar una muestra de lo que es ese disco. Con ausencia de dos temas —en los que participa como invitado el guitarrista africano Leonel Leuke—, todo lo que se hizo pertenece a él.
«La última pieza que interpretamos fue Nueva cubana y tiene que ver con mis comienzos musicales. Otra de mi autoría fue Fifty, que está más dentro del movimiento funk, muy de células métricas y de un leguaje melódico americano.
«La primera obra que se tocó pertenece al bajista del grupo. Incluimos otra de Paul Blake, un músico no muy seguido por la gran mayoría dentro del género, pero fue de los que insistió en que el free jazz y el lenguaje aleatorio eran un hecho creativo, donde se podía innovar. Costó mucho trabajo que un movimiento como ese se aceptara. Pero 50 años después, se está tomando en cuenta su obra.
«De Bill Evans fue la segunda pieza que tocamos, titulada Time to remember. La tercera pertenece al pianista Lennie Tristano, que marcó pauta por su forma de abordar el lenguaje jazzístico. Así que vimos varios temas que pertenecen a distintas épocas y estilos».
Muchos jazzistas han dicho que no es necesario elevar este género a la altura de la música clásica, porque es un género mayor. ¿Qué piensa sobre ello?
—El jazz se ha convertido en una fuente de consulta, de inspiración. No solamente por los músicos que lo interpretan, sino por otros que vienen de lenguajes diferentes, como puede ser la música clásica, cuyos intérpretes desarrollan una disciplina y una aptitud de trabajo constante. Igual nos sucede a los jazzistas.
«Sin embargo, no se puede hablar del jazz como un género. Es un estilo que permite la colaboración constante con otros órdenes creativos. Ya está demostrado que roqueros, músicos clásicos, conjuntos folclóricos..., todos, de alguna manera, han visto una posibilidad de trabajar con jazzistas y viceversa.
«El jazz recoge continuamente lo más sofisticado, profundo, enérgico y novedoso de cada rincón natural. No se queda esperando a que se reconozca en sus códigos básicos, en lo que le dio origen. Y vive porque está en una constante evolución y confrontación con otros géneros».
El trompetista norteamericano Wynton Marsalis ha dicho que el jazz se sale de su raíz armónica, para convertirse en una actitud ante la vida.
—Totalmente de acuerdo con ello. Es un modo de proyectarte. Lo puedes hacer a través de este género, como pudieron hacerlo los impresionistas en la plástica. Pero acá tenemos libertades increíbles y esto hace que hoy en día el estilo despierte tanto interés en los jóvenes.
En la clase magistral que ofreció a jóvenes instrumentistas dio su visión de la cubanía. ¿Cómo verla en su obra actual y en esa vida que también tiene fuera del arte?
—La música que compongo procede de raíces genuinamente cubanas, y más que nada, afrocubanas. Me mantengo asiduamente en una revisión de los cantos, los toques, las fábulas que tienen que ver con nuestras creencias religiosas de origen africano, en cómo las hemos absorbido y de qué manera influyen en la vida cotidiana y en los sueños nuestros.
«Todos los días encuentro riquezas, valores, que me llevan a la certeza de que son propios de usarse. Los utilizo en mi obra pianística y cuando pienso en colectivo.
«En algunas ocasiones suele ser la literatura, como me pasa ahora, que después de muchos años de leerlos, vuelvo a cuatro tomos de las Obras Escogidas de José Martí y de repente me digo: “Quiero ver cómo se entiende este pensamiento martiano después de un tiempo vivido, con una edad determinada y con cosas más o menos hechas”. Es una forma también de vincularme a Cuba».
¿Qué proyecto inmediato tiene ahora?
—Salgo el 26 de este mes para Italia. Estaré con mi proyecto allí hasta el 3 de enero. Se trata de un festival de invierno, cuya característica es que los invitados tocan todos los días del certamen. Es la primera vez que no pasaremos el fin de año con nuestras familias, pero disfrutaremos de la música.


jueves, 15 de diciembre de 2011

Los Poseidos



 Eduardo Del Llano
Como le ocurre a casi cualquier cubano que viva en la isla, buena parte de mis amigos ha emigrado. En lo que me concierne, ninguno ha dejado de ser mi amigo por eso. Creo que todos hemos tenido razones para considerar marcharnos –económicas, políticas, las que sean, sin olvidar a quienes vieron agredida su dignidad por razón de su comportamiento sexual, su credo o sus ideas acerca de lo que es mejor para su patria, e incluso porque escuchaban la música del enemigo- y la verdad es que cada vez resulta más difícil entender, no a quien se va, sino al que se queda.
Si respeto muchísimo a los emigrados –incluso mi mujer es una- en cambio detesto a los extremistas. Hay una subespecie de individuos que por huirle al rojo (o al verde, según se mire) se atrinchera al otro extremo del espectro. Aunque muchos de ellos no recibieron ni un cocotazo en su país natal –algunos lo hubieran querido, cómo no- no hay nada ni nadie en la sociedad cubana a salvo de su odio. Son quienes, si hay diez explicaciones posibles para una medida del gobierno, apuestan invariablemente por la más siniestra; los que, si algún opositor muere atendido en un hospital, aseguran que lo mató la Seguridad; los que abogan por ideas tan delirantes y ofensivas como que Cuba probó la independencia y no resultó, así que lo mejor para su patria en las presentes circunstancias es volver a ser parte de España.
Los hay que, aunque se marcharon de su país en el primer chance sin haberse comprometido en actos de protesta cívica de mayor envergadura que mirar atravesado el Comité Central o limpiarse el culo con el Granma (y ahora cacarean allá afuera y viven más pendientes del Granma que quienes nos quedamos en Cuba) retuercen curiosamente la historia y la semántica para decir que ellos, los que abandonaron el campo de batalla, son los valientes. Su ausencia dura diez, quince, veinte años, pero en su mente nada ha cambiado en el país que dejaron atrás. Como tampoconada hecho en Cuba les parece bueno, y les escuece si tiene éxito; ninguna crítica, ningún razonamiento vale para ellos si no es una crítica demoledora: ni siquiera Silvito o los Aldeanos les parecen lo bastante audaces. Desde la –muy relativa- comodidad de su nido en un cachito del Primer Mundo, aseguran que la izquierda y la derecha han perdido sentido, que el mundo actual pivota únicamente sobre democracias y dictaduras, entendiendo democracia como una suerte de patente de corso que justifica represión en el suelo que habitan y guerras sin motivo en los suelos que molestan. Tienen a sus espaldas a los indignados –parte visible de un enorme iceberg de insatisfacción social- pero no pueden apartar la vista del objetivo del microscopio, enfocado en un empujón dado en la Habana.
No sabría decir quiénes son peores, si los intelectuales que tuvieron cierto calibre en Cuba y no han conseguido –ni conseguirán jamás- hacer nada que los aúpe en el suelo que ahora los cobija y donde nadie esperaba por ellos o los necesitaba, o los subnormales con un blog en la mano -y la posibilidad de husmear en blogs ajenos- que con un aplomo increíble desbarran sobre temas que desconocen por completo o intentan zaherir a personas con una estatura artística, moral o simplemente humana que los deja reconvertidos en pigmeos. Dan por sentado que el mérito en Cuba es sospechoso y sólo puede ser político, que si un cubano sobresale un poco, sobre todo en lides culturales, es un agente de la Seguridad que se toma unas cervezas con su oficial durante el fin de semana. Es comprensible: aceptar otra cosa sería reconocer de facto que tal vez la que asumieron no era la única salida.
Gente como la que describo –o como sus iguales en el lado oficialista- sólo complicará el futuro de Cuba, sea este cual sea, porque si de algo estamos urgidos los cubanos es de tolerancia y objetividad. Necesitan reescribir la historia de Cuba pasada y presente, burlarse de sus héroes y sus grandes hombres, renegar de todo lo que pueda ser sagrado para un cubano –antiguas amistades incluidas- porque así se sienten más libres. Infelices. Están poseídos por una rabia diabólica. No se han limitado a marcharse a otra tierra: están poseídos por ella. De hecho, están poseídos en todos los sentidos.

martes, 13 de diciembre de 2011

A mi la pinga (le falto decir)

Expresiones de René Pérez Joglar en el estadio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en el concierto organizado por el aniversario de los 50 años de la Academia Cesar Vallejo, luego de que su presentación sufriera un retraso de algunas horas por atender un compromiso político como ciudadano puertorriqueño independentista en la Cumbre de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y del Caribe (CELAC) desarrollada en Venezuela.